En abril de 2002, el Senado de la República y la Cámara de Diputados,
con la participación de la SEP y la UNESCO, organizaron el seminario
Marco Normativo para la Calidad Educativa, con el fin de perfilar lo que
sería el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. En el
foro participamos investigadores, funcionarios y representantes de
organismos civiles. El supuesto es que de esas consultas y del trabajo
de los poderes Ejecutivo y Legislativo saldría una propuesta de ley para
la creación del Instituto.
En mi ponencia propuse: “(el INEE)
tiene el potencial de ser una institución que impulse la mejora de la
educación, siempre y cuando se levante sobre bases sólidas… la cualidad
más importante del INEE deber ser su autonomía frente al poder público e
independiente del poder del SNTE”.
El ejercicio fue un fiasco. El
presidente Fox y su secretario de Educación Pública, Reyes Tamez,
ignoraron el Congreso, no hubo ley y mediante el decreto del 8 de agosto
de aquel año, nació un INEE sin autonomía, con una Junta dependiente
del secretario y con el SNTE colocado en posición de ejercer vetos. El
nuevo INEE, autónomo y con personalidad jurídica propia tardó más de una
década en aparecer y, de nuevo, las expectativas de mejoría afloran.
Comparto el entusiasmo, pero mi suspicacia me hace guardar reservas.
La
reforma al artículo 3º de la Constitución establece que: “Los
integrantes de la Junta de Gobierno deberán ser personas con capacidad y
experiencia en las materias de la competencia del Instituto y cumplir
con los requisitos que establezca la ley…” Todavía no hay ley que
establezca los requisitos, pero los integrantes de la Junta ya fueron
designados.
El proceso de designación fue pulcro. El secretario de
Educación Pública, Emilio Chuayffet, pidió a los miembros del Consejo
Mexicano de Investigación Educativa que le proporcionaran nombres de
expertos con calidad intelectual y moral para incluirlos en las cinco
ternas que el presidente Peña Nieto enviaría al Senado. No hubo
sorpresas, los 15 integrantes de aquellas ternas son personas honorables
e investigadores de reconocida calidad.
Los cinco designados:
Eduardo Backhoff, Teresa Bracho, Gilberto Guevara, Sylvia Schmelkes y
Margarita Zorrilla, reúnen las características que la futura ley les
exigirá. Todos son diligentes, tienen dotes de liderazgo, disfrutan del
respeto de sus colegas y experiencia en la política y evaluación
educativas; además, con producción académica sobresaliente.
Los
desafíos que el nuevo INEE y su flamante Junta de Gobierno tienen por
delante son gigantescos. Si el Anteproyecto de la Ley General del
Servicio Profesional Docente se aprueba en los términos que propone la
SEP, la Junta tendrá que diseñar y expedir los lineamientos con el fin
de que las autoridades educativas organicen los concursos de oposición
para el ingreso al servicio docente y la promoción para ser directores
de escuela o supervisores; las evaluaciones del desempeño de docentes,
directores y supervisores; determinar los niveles de ejecución para esos
actores; validar los estándares para diferentes tipos de entornos,
diseñar los perfiles
de los evaluadores, capacitar, acreditar, y vigilar la aplicación de
las evaluaciones por las autoridades educativas para el ingreso, la
promoción, el reconocimiento y la permanencia en el servicio.
Cuatro
de los cinco integrantes de la futura Junta de Gobierno tuvieron que
ver con el viejo INEE; tienen experiencia, y eso cuenta a su favor; no
habrá improvisación. Pero también se corre el riesgo de que quieran
replicar en los nuevos tiempos los usos del viejo instituto, un ente
académico alejado de la toma de decisiones. La reforma constitucional y
las leyes que se avecinan le otorgan dientes al instituto y, si queremos
que la educación mejore, más nos vale que los utilice.
Vislumbro
al nuevo INEE como un organismo pujante, cuyo propósito principal sea
diseñar y hacer evaluaciones con el fin de elaborar estrategias para
mejorar el aprendizaje de los alumnos. El aprendizaje es una palabra que
casi no aparece en los anteproyectos de ley. Eso alienta mi
escepticismo.
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